Ofrenda 118 para mi árbol de gratitud
36
Mi santidad envuelve todo lo que veo. De mi santidad procede la percepción del
mundo real. Habiendo perdonado, ya no me considero culpable. Puedo aceptar la
inocencia que es la verdad con respecto a mí mismo. Cuando veo el mundo con los
ojos del entendimiento, sólo veo su santidad porque lo único que puedo ver son
los pensamientos que tengo acerca de mí mismo.
37.
Mi santidad bendice al mundo. La percepción de mi santidad no me bendice
únicamente a mí. Todas las personas y todo cuanto veo en su luz comparten la dicha
que mi santidad me brinda. No hay nada que esté excluido de esta dicha porque
no hay nada que no comparta mi santidad. A medida que reconozca mi santidad, la
santidad del mundo se alzará resplandeciente para que todos la vean.
38.
No hay nada que mi santidad no pueda hacer. El poder curativo de mi santidad es
ilimitado porque su poder para salvar es ilimitado. ¿De qué me tengo que
salvar, sino de las ilusiones? ¿Y qué son las ilusiones sino falsas ideas
acerca de mí? Mi santidad las desvanece a todas al afirmar la verdad de lo que
soy. En presencia de mi santidad, la cual comparto con Dios Mismo, todos los
ídolos desaparecen.
39.
Mi santidad es mi salvación. Puesto que mi santidad me absuelve de toda culpa,
reconocer mi santidad es reconocer mi salvación. Es también reconocer la
salvación del mundo. Una vez que haya aceptado mi santidad, nada podrá
atemorizarme. Y al no tener miedo, todos compartirán mi entendimiento, que es
el regalo que Dios me hizo a mí y al mundo.
40.
Soy bendito por ser un Hijo de Dios. En esto reside mi derecho a lo bueno y
sólo a lo bueno. Soy bendito por ser un Hijo de Dios. Todo lo que es bueno me
pertenece porque así lo dispuso Dios. Por ser Quien soy no puedo sufrir pérdida
alguna, ni privaciones ni dolor. Mi Padre me sustenta, me protege y me dirige
en todo. El cuidado que me prodiga es infinito y eterno. Soy eternamente
bendito por ser Su Hijo.
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