Ofrenda 117 para mi árbol de gratitud
31.
No soy víctima del mundo que veo. ¿Cómo
puedo ser la víctima de un mundo que podría quedar completamente des-hecho si
así lo eligiese? Mis cadenas están sueltas. Puedo desprenderme de ellas sólo con
desearlo. La puerta de la prisión está abierta. Puedo marcharme en cualquier momento
sólo con echar a andar. Nada me retiene en este mundo. Sólo mi deseo de permanecer
aquí me mantiene prisionero. Quiero renunciar a mis desquiciados deseos y caminar
por fin hacia la luz del sol.
32.
He inventado el mundo que veo. Yo mismo erigí la prisión en la que creo
encontrarme. Basta con que reconozca esto y quedo libre. Me he engañado a mí
mismo al creer que era posible aprisionar al Hijo de Dios. He estado
terriblemente equivocado al creer esto, y ya no lo quiero seguir creyendo. El
Hijo de Dios no puede sino ser libre eternamente. Es tal como Dios lo creó y no lo que yo he
querido hacer de él. El Hijo de Dios se encuentra donde Dios quiere que esté y
no donde yo quise mantenerlo prisionero.
33.
Hay otra manera de ver el mundo. Dado que el propósito del mundo no es el que
yo le he asignado, tiene que haber otra manera de verlo. Veo todo al revés y
mis pensamientos son lo opuesto a la verdad. Veo el mundo como una prisión para
el Hijo de Dios. Debe ser, pues, que el mundo es realmente un lugar donde él
puede ser liberado. Quiero contemplar el mundo tal como es y verlo como un
lugar donde el Hijo de Dios encuentra su libertad.
34.
Podría ver paz en lugar de esto. Cuando vea el mundo como un lugar de libertad,
me daré cuenta de que refleja las leyes de Dios en lugar de las reglas que yo inventé
para que él obedeciera. Comprenderé que es la paz, no la guerra, lo que mora en
él. Y percibiré asimismo que la paz mora también en los corazones de todos los
que comparten este lugar conmigo.
35.
Mi mente es parte de la de Dios. Soy muy santo. A medida que comparto la paz
del mundo con mis hermanos empiezo a comprender que esa paz brota de lo más profundo
de mí mismo. El mundo que contemplo ha quedado iluminado con la luz de mi
perdón y refleja dicho perdón de nuevo sobre mí. En ésta luz empiezo a ver lo
que mis ilusiones acerca de mí mismo ocultaban. Empiezo a comprender la
santidad de toda cosa viviente, incluyéndome a mí mismo, y su unidad conmigo.
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