Día 120 para mi árbol de gratitud.
46.
Dios es el Amor en el que perdono. Dios no perdona porque jamás ha condenado. Los
que están libres de culpa no pueden culpar, y aquellos que han aceptado su
inocencia no ven nada que tengan que perdonar. Con todo, el perdón es el medio
por el cual reconoceré mi inocencia. Es el reflejo del Amor de Dios en la
tierra. Y me llevará tan cerca del Cielo que el Amor de Dios podrá tenderme la
mano y elevarme hasta Él.
47.
Dios es la fortaleza en la que confío. No es con mi propia fortaleza con la que
perdono. Es con la fortaleza de Dios en mí, la cual recuerdo al perdonar. A
medida que comienzo a ver, reconozco Su reflejo en la tierra. Perdono todas las
cosas porque siento Su fortaleza avivarse en mí. Y empiezo a recordar el Amor
que decidí olvidar, pero que nunca se olvidó de mí.
48.
No hay nada que temer. ¡Cuán seguro me parecerá el mundo cuando lo pueda ver! No
se parecerá en nada a lo que ahora me imagino ver. Todo el mundo y todo cuanto
vea se inclinará ante mí para bendecirme. Reconoceré en todos a mi Amigo más
querido. ¿Qué puedo temer en un mundo al que he perdonado y que a su vez me ha
perdonado a mí?
49.
La Voz de Dios me habla durante todo el día. No hay un solo momento en el que
la Voz de Dios deje de apelar a mi perdón para salvarme. No hay un solo momento
en el que Su Voz deje de dirigir mis pensamientos, guiar mis actos y conducir
mis pasos. Me dirijo firmemente hacia la verdad. No hay ningún otro lugar
adonde pueda ir porque la Voz de Dios es la única voz y el único guía que se le
dio a Su Hijo.
50.
El Amor de Dios es mi sustento. Cuando escucho la Voz de Dios, Su Amor me
sustenta. Cuando abro los ojos, Su Amor alumbra al mundo para que lo pueda ver.
Cuando perdono, Su Amor me recuerda que Su Hijo es impecable. Y cuando
contemplo al mundo con la visión que Él me dio, recuerdo que yo soy Su Hijo.
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