Ofrenda 171 en mi árbol agradecido.
1.
He aquí la respuesta a tu búsqueda de paz. He aquí lo que le dará significado a
un mundo que no parece tener sentido. He aquí la senda que conduce a la
seguridad en medio de aparentes peligros que parecen acecharte en cada recodo
del camino y socavar todas tus esperanzas de poder hallar alguna vez paz y
tranquilidad. Con esta idea todas tus preguntas quedan contestadas; con esta
idea queda asegurado de una vez por todas el fin de la incertidumbre.
2. La mente que no perdona vive atemorizada,
y no le da margen al amor para ser lo que es ni para que pueda desplegar sus
alas en paz y remontarse por encima de la confusión del mundo. La mente que no
perdona está triste, sin esperanzas de poder hallar alivio o liberarse del
dolor. Sufre y mora en la aflicción, merodeando en las tinieblas sin poder ver
nada, convencida, no obstante, de que el peligro la acecha allí.
3. La mente que no perdona vive atormentada
por la duda, confundida con respecto a sí misma, así como con respecto a todo
lo que ve, atemorizada y airada. La mente que no perdona es débil y presumida,
tan temerosa de seguir adelante como de quedarse donde está, de despertar como
de irse a dormir. Tiene miedo también de cada sonido que oye, pero todavía más
del silencio; la oscuridad la aterra, más la proximidad de la luz la aterra
todavía más. ¿Qué puede percibir la mente que no perdona sino su propia
condenación? ¿Qué puede contemplar sino la prueba de que todos sus pecados son
reales?
4. La mente que no perdona no ve errores,
sino pecados. Contempla el mundo con ojos invidentes y da alaridos al ver sus
propias proyecciones alzarse para arremeter contra la miserable parodia que es
su vida. Desea vivir, sin embargo, anhela estar muerta. Desea el perdón, sin
embargo, ha perdido toda esperanza. Desea escapar, sin embargo, no puede ni
siquiera concebirlo, pues ve pecado por doquier.
5. La mente que no perdona vive desesperada,
sin la menor esperanza de que el futuro pueda ofrecerle nada que no sea desesperación.
Ve sus juicios con respecto al mundo, no obstante, como algo irreversible, sin
darse cuenta de que se ha condenado a sí misma a esta desesperación. No cree
que pueda cambiar, pues lo que ve da testimonio de que sus juicios son
acertados. No pregunta, pues cree saber. No cuestiona, convencida de que tiene
razón.
6. El perdón es algo que se adquiere. No es
algo inherente a la mente, la cual no puede pecar. Del mismo modo en que el
pecado es una idea que te enseñaste a ti mismo, así el perdón es algo que tiene
que aprender, no de ti mismo, sino del Maestro que representa tu otro Ser. A
través de Él aprendes a perdonar al ser que crees haber hecho, y dejas que
desaparezca. Así es como le devuelves tu mente en su totalidad a Aquel que es
tu Ser y que jamás puede pecar.
7. Cada mente que no perdona te brinda una
oportunidad más de enseñarle a la tuya cómo perdonarse a sí misma. Cada una de
ellas está esperando a liberarse del infierno a través de ti, y se dirige a ti
implorando el Cielo aquí y ahora. No tiene esperanzas, pero tú te conviertes en
su esperanza. Y al convertirte en su esperanza, te vuelves la tuya propia. La
mente que no perdona tiene que aprender, mediante tu perdón, que se ha salvado
del infierno. Y a medida que enseñes
salvación, aprenderás lo que es. Sin
embargo, todo cuanto enseñes y todo cuanto aprendas no procederá de ti, sino
del Maestro que se te dio para que te mostrase el camino.
8. Nuestra práctica de hoy consiste en
aprender a perdonar. Si estás dispuesto, hoy puedes aprender a aceptar la llave
de la felicidad y a usarla en beneficio propio. Dedicaremos diez minutos por la
mañana y otros diez por la noche a aprender cómo otorgar perdón y también cómo
recibirlo.
9. La mente que no perdona no cree que dar y
recibir sean lo mismo. Hoy trataremos, no obstante, de aprender que son uno y
lo mismo practicando el perdón con alguien a quien consideras un enemigo, así
como con alguien a quien consideras un amigo. Y a medida que aprendas a verlos
a ambos como uno solo, extenderemos la lección hasta ti y veremos que su escape
supone el tuyo.
10. Comienza las sesiones de práctica más largas
pensando en alguien que no te cae bien, alguien que parece irritarte y con
quien lamentarías haberte encontrado; alguien a quien detestas vehementemente o
que simplemente tratas de ignorar. La forma en que tu hostilidad se manifiesta
es irrelevante. Probablemente ya sabes de quién se trata. Ese mismo vale.
11. Cierra ahora los ojos y, visualizándolo en
tu mente, contémplalo por un rato. Trata de percibir algún atisbo de luz en
alguna parte de él, algún pequeño destello que nunca antes habías notado. Trata
de encontrar alguna chispa de luminosidad brillando a través de la desagradable
imagen que de él has formado. Continúa contemplando esa imagen hasta que veas
luz en alguna parte de ella, y trata entonces de que esa luz se expanda hasta
envolver a dicha persona y transforme esa imagen en algo bueno y hermoso.
12. Contempla esta nueva percepción por un rato,
y luego trae a la mente la imagen de alguien a quien consideras un amigo. Trata
de transferirle a éste la luz que aprendiste a ver en torno de quien antes
fuera tu "enemigo". Percíbelo ahora como algo más que un amigo, pues
en esa luz su santidad te muestra a tu salvador, salvado y salvando, sano e
íntegro.
13. Permite entonces que él te ofrezca la luz
que ves en él, y deja que tu "enemigo" y tu amigo se unan para bendecirte
con lo que tú les diste. Ahora eres uno con ellos, tal como ellos son uno
contigo. Ahora te has perdonado a ti mismo. No te olvides a lo largo del día
del papel que juega la salvación en brindar felicidad a todas las mentes que no
perdonan, incluyendo la tuya. Cada vez que el reloj dé la hora, di para tus
adentros: El perdón es la llave de la felicidad. Despertaré del sueño de que
soy mortal, falible y lleno de pecado, y sabré que soy el perfecto Hijo de
Dios.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario