Ofrenda 210 en mi árbol de dorados frutos que es la vida.
Con esto se acaban todas
las decisiones. Pues con ésta lección llegamos a la decisión de aceptarnos a
nosotros mismos tal como Dios nos creó. No hay conflicto que no entrañe la
simple pregunta: "¿Qué soy?" Mas ¿quién podría hacer esta pregunta
sino alguien que se ha negado a reconocerse a sí mismo? Sólo esta negativa a
aceptarte a ti mismo es lo que hace que la pregunta parezca sincera. Lo único
que cualquier cosa viviente puede saber con certeza es lo que ella es. Desde
esta perspectiva de certeza, contempla otras cosas que tienen tanta certeza
como ella misma.
Tener incertidumbre con
respecto a lo que indudablemente eres es una forma de auto-engaño tan
monumental, que es difícil concebir su magnitud. Estar vivo y no conocerte a ti
mismo es creer que en realidad estás muerto. Pues, ¿qué es la vida sino ser lo
que eres?
Sin embargo, no podría
estar vivo si no supiese la respuesta. Si pregunta como si no supiese, ello es
señal de que no quiere ser lo que es.
De esta manera, se vuelve
inseguro con respecto a su vida, pues lo que ésta es, él mismo lo ha negado. Esta
negación es lo que hace que tengas necesidad de la Expiación. Tu negación no
cambió en nada lo que eres. Pero tú has dividido tu mente en dos partes: una
que conoce la verdad y otra que no. Tú eres tú mismo. De esto no hay duda. Sin
embargo, lo dudas. Más no te preguntas qué parte de ti es la que puede
realmente poner en duda lo que eres. Aquello que hace esa pregunta no puede
realmente ser parte de ti. Pues le hace la pregunta a alguien que sabe la
respuesta. Mas si fuese parte de ti, entonces la certeza sería imposible.
La Expiación pone fin a la
extraña idea de que es posible dudar de ti mismo y no estar seguro de lo que
realmente eres. Esto es el colmo de la locura. Sin embargo, es la pregunta
universal del mundo.
Nada de lo que el mundo
cree es verdad. Pues el mundo es un lugar cuyo propósito es servir de hogar
para que aquellos que dicen no conocerse a sí mismos puedan venir a cuestionar
lo que son. Y seguirán viniendo hasta que se acepte la Expiación y aprendan que
es imposible dudar de uno mismo, así como no ser consciente de lo que se es.
Lo único que se te puede pedir es tu
aceptación, pues lo que eres es algo incuestionable. Lo que eres fue
establecido para siempre en la santa Mente de Dios y en la tuya propia.
Tenemos una misión aquí. No
vinimos a reforzar la locura en la que una vez creímos. No nos olvidemos del
objetivo que aceptamos. Vinimos a alcanzar mucho más que nuestra propia felicidad.
Lo que aceptamos ser, proclama lo que todo el mundo no puede sino ser junto con
nosotros. No les falles a tus hermanos, pues, de lo contrario, te estarás
fallando a ti mismo. Contémplalos con amor, para que puedan saber que forman
parte de ti y que tú formas parte de ellos.
Esto es lo que la Expiación
enseña, y lo que demuestra que la unidad del Hijo de Dios no se ve afectada por
su creencia de que no sabe lo que es. Acepta hoy la Expiación, no para cambiar
la realidad, sino simplemente para aceptar la verdad de lo que eres, y luego
sigue tu camino regocijándote en el infinito Amor de Dios. Esto es lo único que
se nos pide hacer. Esto es lo único que haremos hoy.
Comenzaremos con este repaso
acerca de nuestra misión: Aceptaré la Expiación para mí mismo, pues aún soy tal
como Dios me creó. No hemos perdido el conocimiento que Dios nos dio cuando nos
creó semejantes a Él.
Lección 140 La salvación es
lo único que cura.
La palabra "cura” no
puede aplicársele a ningún remedio que el mundo considere beneficioso. Lo que
el mundo percibe como un remedio terapéutico es sólo aquello que hace que el
cuerpo se sienta "mejor". Mas cuando trata de curar a la mente, no la
considera como algo separado del cuerpo, en el que cree que ella existe. Sus
medios de curación, por lo tanto, no pueden sino sustituir una ilusión por
otra. Una creencia en la enfermedad adopta otra forma, y de esta manera el
paciente se percibe ahora sano.
Mas no se ha curado. Simplemente
soñó que estaba enfermo y en el sueño encontró una fórmula mágica para
restablecerse. Sin embargo, no ha despertado del sueño, de modo que su mente
continúa en el mismo estado que antes. No ha visto la luz que lo podría
despertar y poner fin a su sueño.
Los dulces sueños que el
Espíritu Santo ofrece son diferentes de los del mundo, donde lo único que uno
puede hacer es soñar que está despierto. Los sueños que el perdón le permite
percibir a la mente no inducen a otra forma de sueño, a fin de que el soñador
pueda soñar otro sueño. Sus sueños felices son los heraldos de que la verdad ha
alboreado en su mente. Te conducen del sueño a un dulce despertar, de modo que
todos los sueños desaparecen. Y así, sanan para toda la eternidad.
La Expiación cura
absolutamente, y cura toda clase de enfermedad. Pues la mente que entiende que
la enfermedad no es más que un sueño no se deja engañar por ninguna de las
formas que el sueño pueda adoptar. Donde no hay culpabilidad no puede haber
enfermedad, pues ésta no es sino otra forma de culpabilidad. La Expiación no
cura al enfermo, pues eso no es curación. Pero sí elimina la culpabilidad que
hacía posible la enfermedad. Y eso es ciertamente curación. Pues ahora la
enfermedad ha desaparecido y no queda nada a lo que pueda regresar.
¡Que la paz sea contigo que
has sido curado en Dios y no en sueños vanos! Pues la curación tiene que
proceder de la santidad, y la santidad no puede encontrarse allí donde se
concede valor al pecado. Dios mora en templos santos.
Lo que hoy nos proponemos es
tratar de cambiar de mentalidad con respecto a lo que constituye la fuente de
la enfermedad, pues lo que buscamos es una cura para todas las ilusiones, y no
meramente alternar entre una y otra. Hoy vamos a tratar de encontrar la fuente
de la curación, la cual se encuentra en nuestras mentes porque nuestro Padre la
ubicó ahí para nosotros. Está tan cerca de nosotros como nosotros mismos. Está
tan cerca de nosotros como nuestros propios pensamientos, tan próxima que es
imposible que se pueda extraviar. Sólo necesitamos buscarla y la hallaremos.
Hoy iremos más allá de las
apariencias hasta llegar a la fuente de la curación, de la que nada está
exento. Así pues, dejamos a un lado
nuestros amuletos y nuestros talismanes, así como nuestras encantaciones y
trucos mágicos de la clase que sean.
Hoy escucharemos una sola
Voz, la cual nos habla de la verdad en la que toda ilusión acaba, y la paz
retorna a la eterna y serena morada de Dios.
Sin nada en nuestras manos
a lo que aferrarnos, y con el corazón exaltado y la mente atenta, oremos: La salvación
es lo único que cura. Háblanos, Padre, para que nos podamos curar. Y sentiremos
la salvación cubrirnos con amorosa protección y con paz tan profunda que
ninguna ilusión podría perturbar nuestras mentes, ni ofrecernos pruebas de que
es real.
Esto es lo que aprenderemos
hoy. Repetiremos cada hora nuestra plegaria de curación, y cuando el reloj
marque la hora, dedicaremos un minuto a oír la respuesta a nuestra plegaria,
que se nos da según aguardamos felizmente en silencio. Hoy es el día en que nos
llega la curación. Hoy es el día en que a la separación le llega su fin y en el
que recordamos Quién somos en verdad.
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